sábado, 23 de junio de 2012

CAMINO HACIA VALLDEPONES/ JUAN ENRIQUE PIEDRABUENA RUIZ- TAGLE



Joan tenia que subir a Valldepones, se lo había prometido a la Montse. Entonces, cogió el coche de línea, el que rápidamente enfiló hacia la salida de la ciudad, y se ensimismó definitivamente en sus pensamientos. El autobús resoplaba por las curvas empinadas de la carretera de montaña después de dejar Caldes de Montbui, y enfilar hacia Valledepones, ciudad enclavada en la comarca del Valles Oriental, colgada entre los macizos boscosos del Parque de Llorenc de Savall y el Montseny. Amorrodado, Joan se encogió en el asiento, pensando en aquella dulce flor de un día, que le había invitado a pasar el fin de semana en dicha ciudad. El Oriol Subirats, compañero de oficina, socarrón y de mala leche, se la había presentado: Joan te presento a la Montserrat Comes de Valldepones, la secretaria que acabamos de contratar. De hecho Montse con sus veinticinco años recién cumplidos, se veía muy estupenda, apretadita en su vestido de trabajo, tenia una voz aguardentosa, y unos ojos verdes aterciopelados, que se enredaron decididamente con los suyos a la primera mirada.
Esa semana, habían conversado, entre otras cosas de Valledepones donde no debes dejar de ir, dijo. Que casualidad contesto Joan, ya he ido a Valldepones, allí vive uno de mis amigos, Francesc Batllo, me puedo alojar en su casa, son muy hospitalarios, además su madre hace los mejores canelones que haya probado.
Joan la miro, y no sin dejar de sonreír, le pregunto si podían salir de vez en cuando, que a él le gustaría y la Montse le contesto que si, que a ella le gustaba hacer excursiones, ir al cine, y tomar chocolates con churros, y que si quería la podía acompañar. El domingo de la semana siguiente quedaron de juntarse en el piso que Joan compartía con otros amigos en el Guinardo. Era verano, el aire estaba impregnado de humedad y el calor le había empapado de sudor  la camiseta, pero Joan se sentía entonces vagamente feliz. El horizonte estaba limpio y transparente y observaba más allá de la bocana del puerto de Barcelona, algunos barcos veleros, cuyas siluetas borrosas se confundían con el azul del Mediterráneo. Abajo se divisaba el Paseo Maragall, la carretera de Horta, y avenidas anchas que se iban derramando hacia el mar, y al frente la montaña de Monjuic, con su castillo en la cumbre. No había terminado de afeitarse, cuando sonó el timbre, y todavía embotado por el sueño, atino a pulsar el botón del portero automático: Era la Montse. Se despertó definitivamente, mientras corría para abrirle la puerta. Allí estaba, apoyada en un pie, con la cabeza medio ladeada, sonriente y con una bolsa en la mano de la que salía un delicioso olor a croissants. Le dije que me sentía feliz, y ella sonrió ampliamente y no dijo nada. Coloco las tazas sobre la mesa y puso la cafetera al fuego. Montse lo encontró todo perfecto, pasaron lento el tiempo y hablo sobre lo mal que lo habían pasado sus padres durante la post guerra, además que ya era difícil, porque su padre era republicano. Montse escribía poesías, y le prometió que se las mostraría un día de estos. Durante la semana vivía con sus padres en un piso en el barrio de Poble Sec, al pie del Monjuic, claro que no tienen idea que estoy aquí, así es que si alguna vez preguntan donde voy, tendré que decirles la verdad... Joan le explico que compartia el piso con Jordi Carbonell y Jordi Vilarò, el primero de ellos, reportero de barba hirsuta y cámara de fotos siempre lista al hombro, que trabajaba free lance, haciendo fotos por aquí y por allá. El otro Jordi, era más bien solitario, trabajaba como empleado, en algún puestecillo de la administración, le gustaba tener gatos, y su madre venia a vernos para traernos de comer botifarres con tomate. ¿Como llegaste aquí?, si en realidad, son las circunstancias, estaba pasando en esos momento una época en la que no tenia trabajo, y no tenia como pagar un piso por mis propios medios, pero en esos momentos pasan cosas que algunos catalogarían como milagrosas, como que el amigo de un amigo se dio cuenta de la situación y llamo a los Jordi, y les pidió que me aceptaran, casi por solidaridad, y ellos aceptaron, claro por el amigo no por mi. Ahora las cosas han cambiado y somos amigos, ya te los presentare. El ser humano es un resistente Montse, nunca acaba de morir, salvo cuando muere y en las peores ocasiones, algo aparece en el horizonte, te lo digo yo, Joan Closquerot, que las he visto negras, no una sino que muchas veces, por cierto, yo también soy poeta...
Al caer la tarde bajaron a la ciudad y después de ir al cine, fueron a tomar chocolate a la Plaza del Pi, en el barrio gótico en medio de la ciudad romana y medieval. Caminaron de la mano por la Rambla y la Montse le explico de golpe y porrazo que también era amiga de un chico chileno, que había conocido un fin de semana en la puerta del cine arte Villarroel, con el que salía a veces, y el que le había contado que soñaba en la duerme vela con la playa de su infancia, y que con el batir imaginario de las olas de un mar frío y muy verde, distinto al Mediterráneo se dormía.
Las palabras de Montse amorrodado, cuando se había ido con el Jordi Carbonell, ese verano al Pirineo, en un desvencijado SEAT seiscientos que le habían prestado, para hacer un reportaje fotográfico acerca de las fiestas mayores del Pirineo Catalán. Dormimos al raso, de cara a las estrellas o en los pajares de los pueblos, y vio en el sueño como los trabucaires del pueblo "Gerri de la sal" disparaban al aire, desde la iglesia románica de Tahull, que sobresalia entre el pequeño caserío, y como desde las torres de los campanarios, los montañeses se iban avisando de un pueblo de la montaña a otro, ya sea con luces o con campanadas, cuando algo importante pasaba. Además, tenia otros amigos en Valldepones, como los hermanos Batllo. que eran unos salvajes que corrían a pata pelada por el bosque, sin temor a las piedras. Si eran los Batllo, unos mocetones barbudos, que vivían en medio del bosque, no muy lejos del pueblo. Había conocido a Francesc Batllo en el Instituto Británico de Barcelona, cuando estudiaban ingles. Francesc era también estudiante de filología catalana, estudios difíciles en esa época, en que hablar catalán en publico no estaba permitido.
Francesc Batllo, como la Montse habían decidido unirse al grupo excursionista del pueblo y este fin de semana se marchaban al monasterio de Montserrat, como era costumbre hacerlo una vez al año, y además celebrarían la noche de San Juan... Entonces, Joan decidió subir a Valldepones para acompañarlos y caminaron en la oscuridad, a través de las montañas y de los bosques, y cuando no se veía el camino, la Montse le daba de beber de la bota que había llenado con cognac, para que viera más claro el camino, por que te doy la luz Joan. A la mañana siguiente llegaron al pie de la montaña de Montserrat, pero Joan tenia los pies llenos de ampollas y estaba definitivamente cansado. Entonces la Montse acompañándole en el último trecho de la carena de la montaña, dándole ánimos, cantándole cancioncillas de moda. Así es que aunque las piernas le temblaban fue subiendo el último trecho del camino con la Montse a su lado, mientras los amigos corrían en carrera desenfrenada por la antigua trocha del ferrocarril hacia la meta, dejándolos definitivamente en la retaguardia, y mientras otros flameaban banderas catalanas en la cumbre de la montaña, tuvo la oportunidad de abrazarla, pero ella le aparto suavemente y lloro largamente entre sus brazos, sin decir nada. Le contó que el chileno también había subido al pueblo, cuando hacían una representación para la semana santa, que se titulaba La pasión de Cristo, y que ella actuaba en el papel de María Magdalena, la mujer pecadora que amó a Cristo, y que entonces el jefe de las fuerzas vivas del pueblo había echado un discurso, y que en medio de la fiesta el chileno había intentado beber del porrón, pero no pudo hacer que el chorro le cayera en la boca, por lo que tuvo que hacerlo directamente desde la boca del porrón, para gracia de todos, especialmente de los hermanos Batllo, que se rieron mucho, y que ella también, se había reído del chileno, del pueblo, y de si misma que para eso la habían puesto en el papel de María Magdalena.
Entonces Joan Closquerot se alegro que al día siguiente era la noche de Sant Joan y que los hermanos Batllo saltarían la hoguera a pata pelada con los mozos de pueblos y que entonces lanzarían al fuego, todos los trastos, muebles viejos y los pecados, y con ellos todas sus tristezas y decepciones y ya aliviado, no le quedo mas remedio que sonreír en medio del camino.

 
Juan Enrique Piedrabuena Ruiz-Tagle: (Santiago de Chile, 1951). Abogado y Magíster en Administración de Empresas. Vivió en Barcelona (España), entre 1973 y 1997, donde participó en el grupo literario “L` Ocell Radiant”, y ademas fue uno de los editores de la Revista “L` Ocell Radiant” en la Floresta, Sant Cugat del Valles, Barcelona (España). De vuelta en Chile ha participado en algunos grupos literarios y además en el Taller de poesía "El Caleuche" dirigido por la poeta Tatiana Olavarria en la SECH. Miembro de la APOC Asociación de Profesionales Catalanes. Es además uno de los editores de la Revista literaria "Joan Brossa". Ha pùblicado: "Poemas del desarraigo"(prologo de Jorge Ragal), Editorial Libros del Amanecer, Santiago de Chile, 2013.





 







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