En
un banco de descanso, ubicado en la calle que rodea la playa de Achao, de la
isla de Quinchao, casi al frente del faro de Curaco de Vélez, se encontraban
dos amigos conversando animadamente.
Se
trataba de Belarmino Mondaca y Jaime González.
El
primero era el tío de Jaime y los separaban unos buenos veinte años de edad.
Sin embargo esta diferencia no alteraba el trato entre ambos. Estos
personajes tenían muchas cosas en común además de su vínculo familiar;
mencionaremos que ambos eran pescadores, jugaban fútbol en el equipo
local “Los leones de Ancud”, tripulaban la misma embarcación de propiedad de
Belarmino, y eran muy buenos amigos, pero las decisiones siempre las adoptaba
el mayor.
El
tema del día era la situación meteorológica. Las indicaciones del tiempo eran
visibles y fácilmente reconocibles para los pescadores, soplaba un viento del
noroeste,
El
cielo se había cubierto rápidamente con gruesas nubes de color negruzco, el mar
se estaba comenzando a encrespar y las olas por momentos aumentaban su altura y
frecuencia. Se viene una grande dijo Jaime con convicción, no sería
recomendable hacerse a la mar. ¿Qué opinas tú?
Bueno
tu sabes lo que pasa aquí en el Golfo de Ancud, cada vez que sopla el viento
desde el norte se levanta marejada que, a nosotros, los pescadores, nos deja en
la playa, sino queremos zozobrar. Creo que nos es conveniente embarcar y salir
a pescar.
Además,
agregó, en un tono melodramático, mi “Marisa”[1]
ya no está para capear temporales, hace bastante tiempo que no ha sido
calafateada y es necesario reemplazar varios cables del palo mayor. Creo que
podríamos aprovechar la ocasión para elaborar planes más audaces y novedosos,
aquí en Quinchao, como tú sabes, no pasa nada ni se espera que pase nada,
hasta que tengamos un nuevo gobierno nacional.
Naturalmente, contestó Jaime, me encantan
las aventuras. Ya había comenzado a llover, pero para estos chilotes era una
situación normal, en esa época del año. Se dirigieron a la casa del Balarmino,
que era la más cercana. Allí se ubicaron próximos a una salamandra
y pidieron un mate. Inició la conversación el dueño de casa, diciendo: Recuerdo
a mi tío Ruperto, el cual fue un buscador de oro a comienzos del presente
siglo, allá en la zona austral, y en sus relatos se refería a una isla donde
había un río, algo escondido, en el cual se dice que se pueden encontrar numerosas
pepitas de oro. El viejo Ruperto, cuando regreso a Dalcahue traía una
gran fortuna, que no le duró mucho porque todos los familiares le solicitaron
un préstamo, que nadie devolvió, naturalmente.
Lo interesante, continuó Belarmino, era sus
relatos de lo que sucedía en esas remotas tierras. Imagínate que existían
muchos indios que vivían en canoas con sus mujeres y sus hijos, algunos
llevaban hasta perros, y mantenían un brasero encendido. Lo importante de estos
indios es que conocían todas las islas y lugares para pescar o mariscar.
No hablaban nada conocido, un dialecto extrañísimo, pero a señas se podían dar
a entender. Les gustaba intercambiar pescado seco por comida y en particular
les gustaba mucho el pan y también el aguardiente. En una oportunidad uno de
estos salvajes mostró un saquito donde guardaba varias pepitas de oro. No tenía
idea de su valor, pero se había percatado que las pepitas debían tener algún
valor, porque a los loberos[2] las juntaban y cambiaban, por armas,
especialmente, cuchillos que eran muy demandados.
Cuando se les consultaba a los indios por
el lugar donde encontraron estas pepitas, indicaban con el brazo la
dirección sur. Este era un dato muy grueso, como tú comprenderás, pero nunca se
obtuvieron informaciones más concretas. Ruperto comentó que, en una
oportunidad, encontrándose navegando al sur del Estrecho de Magallanes,
divisaron a lo lejos la embarcación, de uno de los indios que ya conocían, el
cual aparentemente no los vio a ellos, mientras navegaba plácidamente hacia al
suroeste, lentamente como acostumbraban hacerlo. Es decir, aprovechando el
viento y la dirección de la corriente.
Y que más ¿preguntaba Jaime,
interesado? Bueno, dijo su tío Belarmino, y continuó el relato, Ruperto
con su compañero decidieron seguir al indio. Fueron un par de semanas de
cuidadoso acecho, los indígenas, que suponemos que eran de la tribu “ona” que
en esa época vivían en la zona, navegaban a parecer sin destino
determinado, sólo aprovechaban las condiciones que la desgarrada geografía les
presentaba, tal como se acostumbra a decir “sin prisa, pero sin pausa”. Una
tarde, el indio encalló su canoa en una estrecha playa de piedrecillas, en una
isla desconocida y todos desembarcaron. Observaron que la mujer y los niños se
dedicaron a construir una choza para protegerse del agua y de intenso frío
reinante. El indio se dirigió hacia el interior de la isla y su ausencia, se
estima que duró un par de días.
Posteriormente, el indio con su familia
abandonaron la isla y viajaron con rumbo norte.
Ruperto y su acompañante desembarcaron en
la misteriosa isla e intentaron seguir el sendero que había utilizado el indio.
En esos parajes es bastante difícil caminar en una dirección determinada, si no
tienes experiencia y lo más común es que camines en círculo. Para acortar el
relato, Belarmino narró que los viajeros encontraron un río con bastante
caudal, y en la ribera encontraron restos de las extracciones que efectúo el
indio. Ruperto se enfermó del estómago y decidieron regresar a Punta Arenas que
era el lugar civilizado más cercano. Ambos llevaban un saquito con pepitas de
oro.
Se supo en el pueblo que Ruperto intentó en
numerosas oportunidades volver a la isla que tenía el río con las pepitas de
oro. Los pecadores chilotes, para seguir conversando se tomaron otro
mate.
¿Qué te parecido esta aventura? Le consultó
Belarmino a Jaime. Me parece interesantísima, ¿y qué más se ha sabido de esta
isla?
No se ha sabido nada, ha sido imposible encontrarla a pesar del tiempo transcurrido y la gran cantidad de navegantes que han pasado por sus aguas. Me explico, para que me comprendas a cabalidad. Es posible que la isla haya sido encontrada y visitada, pero nadie ha encontrado o sabe que allí hay pepitas de oro
¿Es decir que esas pepitas nos están
esperando?, consultó alegremente Jaime,
Me parece que somos los más indicados de ir
a buscarlas, pero tenemos que prepararnos. Qué lástima esta tormentas que se
acerca, no podemos trabajar en la “Marisa”. Cálmate le dijo su tío, ese oro
lleva tanto tiempo allí que podrá esperarnos unos cuantos días más. Hablaron
todo el resto de la tarde, hicieron numeroso planes, crearon circunstancias y
se fijaron plazos. Se diría que estaban eufóricos. Su ancestro chilote los
instaba a buscar nuevas aventuras, a través del mar.
Llovió toda la noche con furiosos chubascos
de agua, que azotaron las calaminas de los techos de las casas, viento se coló
por junturas de las ventanas, pero para los chilotes es una situación
normal, para ellos su casa constituye un esplendido alojamiento. Al amanecer
todo había cambiado. El sol pintaba una acuarela en el horizonte, a los amigos
pescadores, el susurro del agua que cae desde los techos y el gorjeo de los
pájaros, era como se comenzara a escucharse un concierto, monótono, acompasado
y perturbador. Se levantan presurosos tenían una gran tarea que acometer. Los preparativos
para el viaje, fueron intensos. Belarmino se encargo del alistamiento de Marisa
y Jaime se encargó de la logística, lo que no significaba sólo acumular víveres
sino que también el papeleo ante la Autoridad Marítima, para que les
permitiera viajar a un lugar tan lejano, que ellos por simplificar, denominaron
como próximo a Punta Arenas.
El Sargento de la Armada, que debía
autorizar el viaje; era un fiel representante de la seguridad de la vida en el
mar, y por tanto, era inflexible con el cumplimiento de la reglamentación. Un
problema delicado fueron las comunicaciones. Un compadre de Belarmino les
prestó un equipo, pero debieron comprar una batería nueva para que el equipo “hablara”.
Otro amigo de Jaime le prestó las cartas de navegación desde Quinchao a Punta
Arenas, que son varias. Un astillero cercano los apoyó solucionando los
problemas de la cubierta y algunas filtraciones. También le repararon el timón
y les regalaron dos pares de remos (por si acaso, les dijeron). El señor cura
del pueblo, insistió en regalarle una estatuilla de la virgen María, para que
los acompañara y calmara los vientos
Finalmente, lograron zarpar, vecinos y
amigos del pueblo los fueron a despedir, con pañuelos al aire todos les
desearon lo mejor. Se vieron algunas lágrimas en los ojos de algunas
jovencitas, que suspiran en silencio por la partida de Jaime.
Los navegantes se dirigieron a Melinka, un
puerto o más bien una caleta de pescadores porque allí podrían comprobar cómo
se había comportado la Marisa en navegaciones largas, ésta caleta se encuentra
ubicada en archipiélago de las Guaitecas, en pleno Golfo de Corcovado. La
entrada a este puerto fue laboriosa por el fuerte viento reinante y la
corriente de marea que viaja en sentido encontrado. Los viajeros descansaron
durante cuatro días para reponerse del pesado viaje, y gozar de la hospitalidad
de sus colegas, realizaron también, algunas reparaciones menores.
Zarparon de
Melinka y se dirigieron a Puerto Aguirre, navegando por canales interiores
llamados Pérez Norte y Pérez Sur. Durante esta navegación aprovecharon de
pescar e incluso en una ensenada sin nombre, pudieron capturar un par de centollas
que se las festinaron con los últimos restos de las verduras embarcadas en
Quinchao. En Puerto Aguirre, volvieron a ser investigados por la Capitanía de
Puerto para verificar que se encontraran aptos para navegar en mares
procelosos, como es el Golfo de Penas.
La autoridad marítima se encargó de informar por la red naval, del viaje, para que estuvieran atentos a cualquier llamado de auxilio de la embarcación. La navegación de este tramo fue amenizada con frecuentes chubasco de agua y nieve.
La autoridad marítima se encargó de informar por la red naval, del viaje, para que estuvieran atentos a cualquier llamado de auxilio de la embarcación. La navegación de este tramo fue amenizada con frecuentes chubasco de agua y nieve.
La visibilidad estuvo limitada por neblinas
locales. Jaime dejó en la caleta a una amistad que lo despidió con lágrimas.
Continuaron el viaje por los canales y
fondearon en la isla Inchemó, ésta es una isla que anuncia la salida al océano,
viniendo de los canales interiores o bien indica la entrada a los canales, para
descanso de los navegantes que pasaron el Golfo de Penas. La isla posee un
fondeadero para embarcaciones menores, allí donde se dirigieron los navegantes.
Se[3] comunicaron con los encargados del Faro
Raper para informales de su llegada al área y su intensión de pasar el golfo
cuando las condiciones lo permitieran
Cuando las condiciones de viento y mar
fueron favorables los pescadores cruzaron el golfo, pero su paso lo recordarían
por mucho tiempo. Experimentaron una fuerte marejada con olas oceánicas que
movieron a la embarcación como una batea sin control. En el otro extremo del
golfo llegaron a fondear en las proximidades del Faro San Pedro, el cual es
otro faro habitado de la ruta de los canales. Los fareros los recibieron
amablemente y les permitieron descansar y recuperar las fuerzas luego de la
azarosa travesía. Permanecieron tres días en el lugar y continuaron su viaje
por los canales interiores. El viaje duró una semana e incluyó el paso por la
Angostura Inglesa hasta fondear en Puerto Edén.
En el Puerto volvieron a ser inspeccionados
por la Autoridad Marítima, para verificar su procedencia y las medidas de
seguridad y otros papeles legales. Allí existía una estación de telefonía de la
Fach que atendía a particulares, lo cual les permitió comunicarse con sus
familiares en Quinchao, que estaban muy preocupados. Aprovecharon para rellenar
víveres y aguada. Consultaron con indígenas del lugar si tenían conocimiento de
la historia del oro. Los más viejos contaron que la habían escuchado de sus
padres, pero nada concreto, les recomendaron continuar navegando más hacia el
sur y que adoptaran precauciones con el frío y malos tiempos.
Continuaron navegando sólo de noche porque
el mal tiempo prácticamente impedían avanzar y deseaban ahorrar combustible que
había disminuido considerablemente. Necesitaban desesperadamente contar con
comida caliente, frecuentemente debieron fondear en pequeñas ensenadas como les
enseñaron los indios en Puerto Edén, para encender fogatas, para preparar
alimentos calientes. Jaime contrajo un resfrío, que le había durando más de una
semana y seguía muy decaído.
Por su parte Belarmino, recibió un corte en
su brazo derecho que no sanaba con los cuidados y medicamentos que llevaban
consigo. En casos como estos en Puerto Edén, les habían recomendado ir
hasta el Faro Fairway, a solicitar ayuda.
Fairway es otro faro habitado. Aquí
reside un farero con su familia por espacio de un año, extensible a dos.
Nuestros aventureros arribaron con muchas dificultades al lugar, que es un
islote ubicado en el medio del canal Smyth, casi a la entrada del Canal de
Magallanes. Jaime debió guardar cama por tres días y Belarmino recibió
instrucciones por radio desde Punta Arenas para curar su herida.
Permanecieron una semana en las
dependencias del farero y con sincera pena abandonaron ese aislado lugar, por
donde circulan los buques mayores que se dirigen o vienen desde el Océano
Atlántico hacia nuestros puertos.
Ya se encontraban en el Estrecho de
Magallanes ¿y ahora qué?, se preguntaron los aventureros. Sin pensar mucho
decidieron continuar navegando en dirección sur, que. era la única pista que
poseían. Antes de cruzar el Estrecho de Magallanes, que es bastante amplio en
este punto donde se encontraban, debieron pasar y fondear en la isla Tamar, y
esperar que mejorara el tiempo atmosférico, ya que este sector es uno de
los peores sitios del mundo, famoso por tormentas y malos tiempos. Llovió y a
ratos nevó durante dos días. No era posible encender fuego, los viajeros
estaban ateridos. Pero no hay tormentas eternas y salió el sol, el mar se alisó
y pudieron salir a navegar. Cruzaron el estrecho, y justo al tocar la costa
sur, encontraron a un lobero que estaba faenando una foca y los invitó a comer.
Los chilotes no estaban acostumbrados a ese alimento, pero era tal la necesidad
de comer algo caliente, que aceptaron gustosos. El lobero hablaba un dialecto
que en parte incluía frases en castellano, lo que les permitió comunicarse.
Le preguntaron al lobero – que dijo
llamarse “Oki”- si conocía la historia de la isla donde se encontraban las
pepitas de oro. Meneó su cabeza y luego dijo haber escuchado algo al respecto.
Sabía que muchos loberos y pescadores indios la estuvieron buscando, pero sin
éxito. De inmediato Jaime le preguntó ¿Y dónde queda o cómo se puede llegar a
ella? Oki lo miró como esa cara inexpresiva que podría significar muchas
cosas, por lo que no intentaremos definirla y expresó: Hacia allá. su brazo
extendido mostraba en dirección sur.¡!AH¡¡ dijeron al unísono los chilotes eso
ya lo sabíamos. Pero era algo, era la pista más concreta que poseían. Se
miraron felices, como en un día de Pascua.
Se despidieron de su amigo Oki y navegaron
buscando un canal para seguir rumbo sur.
Cuentan viejos conocidos de los
aventureros, que éstos navegaron durante meses por canales desconocidos e
inhóspitos.
Sus sufrimientos fueron inerrables. En oportunidades se encontraron con pescadores que buscaban centollas y que por amistad les proporcionaron alimentos como el té, café, harina y una botella de licor.
Sus sufrimientos fueron inerrables. En oportunidades se encontraron con pescadores que buscaban centollas y que por amistad les proporcionaron alimentos como el té, café, harina y una botella de licor.
Un domingo por la mañana se encontraron con
un buque pequeño que transportaba como pasajero a un Cura Salesiano, el cual
atendía espiritualmente a los indios onas, en algunos lugares, donde,
eventualmente, se reunían. El sacerdote resultó ser un experto en la
zona, conocía su historia, mitos y leyendas. Hablaba con propiedad de los
naturales, los definía como una “civilización” casi en extinción, pero que en
ese momento estaba viva y palpitante.
El sacerdote al enterarse de la empresa en
que se encontraban, nuestros tripulantes les confidenció, que la famosa isla,[4] se encontraba a unas cuantas millas mas al
suroeste, deben navegar por el Canal Beagle hacia el poniente. Les deseo mucha
suerte, antes muchos otros han fracasado.
Los
chilotes se dirigieron hacia la isla del tesoro. Arribaron dos días después.
Encontraron muchas demostraciones de personas que habían estado antes que
ellos, incluso existían rucas de loberos en las inmediaciones. Primero
decidieron descansar, estaban exhaustos y demasiado ansiosos para iniciar la
búsqueda del codiciado metal. A la mañana siguiente, luego de asegurar la
embarcación se internaron en la isla.
La
caminata fue extensa y cansadora, pero se dieron cuenta que apenas habían
abandonado la periferia. Como se dijo, es muy difícil avanzar en los
turbales de coirón.
Después
de varios intentos, encontraron el famoso río, que en su momento entregó las
pepitas de marras. Lo registraron cuidadosamente, encontrando Jaime, sólo un
par ejemplares, que en valor no compensaban los sacrificios entregados. Pero
estaban satisfechos, habían cumplido con lo que se propusieron. Nuevamente
zarparon ahora con rumbo norte, se dirigieron a Punta Arenas. El regreso les
tomó casi dos meses porque equivocaron la ruta de regreso. Allí Belarmino
vendió su embarcación a unos colegas “chumangos” y Jaime se enamoró perdidamente
de una belleza local y decidió casarse y quedarse en ese bello puerto austral.
[1] Marisa, es una embarcación de pesca,
de unos cuarentas pies de largo, con un motor a bencina,
que
puede desarrollar unos quince nudos con poca marejada. Posee un estanque de
quinientos litros.
[2]
Se llaman “loberos” a unos personajes que se dedican preferentemente a la
cacería de lobos para aprovechar el aceite y las pieles de de estos animales.
Utilizan también la pesca, sólo para obtener comida. Se encuentran, con
frecuencia, al sur del Golfo de Penas.
[3]
El Faro Raper es una antigua construcción que alberga a un par de personas de
la Armada, que son las encargadas de mantener funcionando al faro, que es
muy importante como ayuda a la navegación , y además informa a los buques que
navegan en el área, de las condiciones existentes en el Golfo de Penas.
[4] La isla realmente existe, se llama
“Lennox” y efectivamente ha sido intensa y extensamente investigada por
buscadores de oro, de todos los pelajes. Conforma el trío de islas que en su
momento Argentina pretendió disputar a Chile. Estas: Picton, Lennox y Nueva.
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