sábado, 23 de junio de 2012

LA RUTA HACIA EL RIO DE ORO /RUBEN SCHEIHING


En un banco de descanso, ubicado en la calle que rodea la playa de Achao, de la isla de Quinchao, casi al frente del faro de Curaco de Vélez, se encontraban dos amigos conversando animadamente.   

Se  trataba de Belarmino Mondaca y Jaime González.

El primero era el tío de Jaime y los separaban unos buenos veinte años de edad. Sin embargo  esta diferencia no alteraba el trato entre ambos. Estos personajes tenían muchas cosas en común además de su vínculo familiar; mencionaremos que ambos eran pescadores, jugaban  fútbol en el equipo local “Los leones de Ancud”, tripulaban la misma embarcación de propiedad de Belarmino, y eran muy buenos amigos, pero las decisiones siempre las adoptaba el mayor.
El tema del día era la situación meteorológica. Las indicaciones del tiempo eran visibles y fácilmente reconocibles para los pescadores, soplaba un viento del noroeste,
El cielo se había cubierto rápidamente con gruesas nubes de color negruzco, el mar se estaba comenzando a encrespar y las olas por momentos aumentaban su altura y frecuencia.  Se viene una grande dijo Jaime con convicción, no sería recomendable hacerse a la mar.  ¿Qué opinas tú?

Bueno tu sabes lo que pasa aquí en el Golfo de Ancud, cada vez que sopla el viento desde el norte se levanta marejada que, a nosotros, los pescadores, nos deja en la playa, sino queremos zozobrar. Creo que nos es conveniente embarcar y salir a pescar.  

Además, agregó, en un tono melodramático, mi “Marisa”[1] ya no está para capear temporales, hace bastante tiempo que no ha sido calafateada y es necesario reemplazar varios cables del palo mayor. Creo que podríamos aprovechar la ocasión para elaborar planes más audaces y novedosos, aquí en  Quinchao, como tú sabes, no pasa nada ni se espera que pase nada, hasta que tengamos un nuevo gobierno nacional. 
Naturalmente, contestó Jaime, me encantan las aventuras. Ya había comenzado a llover, pero para estos chilotes era una situación normal, en esa época del año. Se dirigieron a la casa del Balarmino, que era la  más cercana.  Allí se ubicaron próximos a una salamandra y pidieron un mate. Inició la conversación el dueño de casa, diciendo: Recuerdo a mi tío Ruperto, el cual fue un buscador de oro a comienzos del presente siglo, allá en la zona austral, y en sus relatos se refería a una isla donde había un río, algo escondido, en el cual se dice que se pueden encontrar numerosas pepitas de oro. El viejo Ruperto, cuando regreso a  Dalcahue traía una gran fortuna, que no le duró mucho porque todos los familiares le solicitaron un préstamo, que nadie devolvió, naturalmente.
Lo interesante, continuó Belarmino, era sus relatos de lo que sucedía en esas remotas tierras. Imagínate que existían muchos indios que vivían en canoas con sus mujeres y sus hijos, algunos llevaban hasta perros, y mantenían un brasero encendido. Lo importante de estos indios es que conocían todas las islas y  lugares para pescar o mariscar. No hablaban nada conocido, un dialecto extrañísimo, pero a señas se podían dar a entender. Les gustaba intercambiar pescado seco por comida y en particular les gustaba mucho el pan y también el aguardiente. En una oportunidad uno de estos salvajes mostró un saquito donde guardaba varias pepitas de oro. No tenía idea de su valor, pero se había percatado que las pepitas debían tener algún valor, porque a los loberos[2] las juntaban y cambiaban, por armas, especialmente, cuchillos que eran muy demandados.

Cuando se les consultaba a los indios por el lugar donde  encontraron estas pepitas, indicaban con el brazo la dirección sur. Este era un dato muy grueso, como tú comprenderás, pero nunca se obtuvieron informaciones más concretas. Ruperto comentó que, en una oportunidad, encontrándose navegando al sur del Estrecho de Magallanes, divisaron a lo lejos la embarcación, de uno de los indios que ya conocían, el cual aparentemente no los vio a ellos, mientras navegaba plácidamente hacia al suroeste, lentamente como acostumbraban hacerlo. Es decir, aprovechando el viento y la dirección de la corriente.
Y que más ¿preguntaba Jaime, interesado?  Bueno, dijo su tío Belarmino, y continuó el relato, Ruperto con su compañero decidieron seguir al indio. Fueron un par de semanas de cuidadoso acecho, los indígenas, que suponemos que eran de la tribu “ona” que en esa época vivían en la zona,  navegaban a parecer sin destino determinado, sólo aprovechaban las condiciones que la desgarrada geografía les presentaba, tal como se acostumbra a decir “sin prisa, pero sin pausa”. Una tarde, el indio encalló su canoa en una estrecha playa de piedrecillas, en una isla desconocida y todos desembarcaron. Observaron que la mujer y los niños se dedicaron a construir una choza para protegerse del agua y de intenso frío reinante. El indio se dirigió hacia el interior de la isla y su ausencia, se estima que duró un par de días.
Posteriormente, el indio con su familia abandonaron la isla y viajaron con rumbo norte.
Ruperto y su acompañante desembarcaron en la misteriosa isla e intentaron seguir el sendero que había utilizado el indio. En esos parajes es bastante difícil caminar en una dirección determinada, si no tienes experiencia y lo más común es que camines en círculo. Para acortar el relato, Belarmino narró que los viajeros encontraron un río con bastante caudal, y en la ribera encontraron restos de las extracciones que efectúo el indio. Ruperto se enfermó del estómago y decidieron regresar a Punta Arenas que era el lugar civilizado más cercano. Ambos llevaban un saquito con pepitas de oro.
Se supo en el pueblo que Ruperto intentó en numerosas oportunidades volver a la isla que tenía el río con las pepitas de oro. Los pecadores chilotes, para seguir conversando se tomaron otro mate. 
¿Qué te parecido esta aventura? Le consultó Belarmino a Jaime. Me parece interesantísima, ¿y qué más se ha sabido de esta isla?

No se ha sabido nada, ha sido imposible encontrarla a pesar del tiempo transcurrido y la gran cantidad de navegantes que han pasado por sus aguas. Me explico, para que me comprendas a cabalidad. Es posible que la isla haya sido encontrada y visitada, pero nadie ha encontrado o sabe que allí hay pepitas de oro

¿Es decir que esas pepitas nos están esperando?, consultó alegremente Jaime,

Me parece que somos los más indicados de ir a buscarlas, pero tenemos que prepararnos. Qué lástima esta tormentas que se acerca, no podemos trabajar en la “Marisa”. Cálmate le dijo su tío, ese oro lleva tanto tiempo allí que podrá esperarnos unos cuantos días más. Hablaron todo el resto de la tarde, hicieron numeroso planes, crearon circunstancias y se fijaron plazos. Se diría que estaban eufóricos. Su ancestro chilote los instaba a buscar nuevas aventuras, a través del mar.
Llovió toda la noche con furiosos chubascos de agua, que azotaron las calaminas de los techos de las casas, viento se coló por junturas de las ventanas, pero para los chilotes es una situación normal, para ellos su casa constituye un esplendido alojamiento. Al amanecer todo había cambiado. El sol pintaba una acuarela en el horizonte, a los amigos pescadores, el susurro del agua que cae desde los techos y el gorjeo de los pájaros, era como se comenzara a escucharse un concierto, monótono, acompasado y perturbador. Se levantan presurosos tenían una gran tarea que acometer. Los preparativos para el viaje, fueron intensos. Belarmino se encargo del alistamiento de Marisa y Jaime se encargó de la logística, lo que no significaba sólo acumular víveres sino  que también el papeleo ante la Autoridad Marítima, para que les permitiera viajar a un lugar tan lejano, que ellos por simplificar, denominaron como próximo a Punta Arenas
El Sargento de la Armada, que debía autorizar el viaje; era un fiel representante de la seguridad de la vida en el mar, y por tanto, era inflexible con el cumplimiento de la reglamentación. Un problema delicado fueron las comunicaciones. Un compadre de Belarmino les prestó un equipo, pero debieron comprar una batería nueva para que el equipo “hablara”. Otro amigo de Jaime le prestó las cartas de navegación desde Quinchao a Punta Arenas, que son varias. Un astillero cercano los apoyó solucionando los problemas de la cubierta y algunas filtraciones. También le repararon el timón y les regalaron dos pares de remos (por si acaso, les dijeron). El señor cura del pueblo, insistió en regalarle una estatuilla de la virgen María, para que los acompañara y calmara los vientos

Finalmente, lograron zarpar, vecinos y amigos del pueblo los fueron a despedir, con pañuelos al aire todos les desearon lo mejor. Se vieron algunas lágrimas en los ojos de algunas jovencitas, que suspiran en silencio por la partida de Jaime.
Los navegantes se dirigieron a Melinka, un puerto o más bien una caleta de pescadores porque allí podrían comprobar cómo se había comportado la Marisa en navegaciones largas, ésta caleta se encuentra ubicada en archipiélago de las Guaitecas, en pleno Golfo de Corcovado. La entrada a este puerto fue laboriosa por el fuerte viento reinante y la corriente de marea que viaja en sentido encontrado. Los viajeros descansaron durante cuatro días para reponerse del pesado viaje, y gozar de la hospitalidad de sus colegas, realizaron también, algunas reparaciones menores.
Zarparon de Melinka y se dirigieron a Puerto Aguirre, navegando por canales interiores llamados Pérez Norte y Pérez Sur. Durante esta navegación aprovecharon de pescar e incluso en una ensenada sin nombre, pudieron capturar un par de centollas que se las festinaron con los últimos restos de las verduras embarcadas en Quinchao. En Puerto Aguirre, volvieron a ser investigados por la Capitanía de Puerto para verificar que se encontraran aptos para navegar en mares procelosos, como es el Golfo de Penas.

La autoridad marítima se encargó de informar por la red naval, del viaje, para que estuvieran atentos a cualquier llamado de auxilio de la embarcación. La navegación de este tramo fue amenizada con frecuentes chubasco de agua y nieve. 
La visibilidad estuvo limitada por neblinas locales. Jaime dejó en la caleta a una amistad que lo despidió con lágrimas.
Continuaron el viaje por los canales y fondearon en la isla Inchemó, ésta es una isla que anuncia la salida al océano, viniendo de los canales interiores o bien indica la entrada a los canales, para descanso de los navegantes que pasaron el Golfo de Penas. La isla posee un fondeadero para embarcaciones menores, allí donde se dirigieron los navegantes. Se[3] comunicaron con los encargados del Faro Raper para informales de su llegada al área y su intensión de pasar el golfo cuando las condiciones lo permitieran
Cuando las condiciones de viento y mar fueron favorables los pescadores cruzaron el golfo, pero su paso lo recordarían por mucho tiempo. Experimentaron una fuerte marejada con olas oceánicas que movieron a la embarcación como una batea sin control. En el otro extremo del golfo llegaron a fondear en las proximidades del Faro San Pedro, el cual es otro faro habitado de la ruta de los canales. Los fareros los recibieron amablemente y les permitieron descansar y recuperar las fuerzas luego de la azarosa travesía. Permanecieron tres días en el lugar y continuaron su viaje por los canales interiores. El viaje duró una semana e incluyó el paso por la Angostura Inglesa hasta fondear en Puerto Edén.
En el Puerto volvieron a ser inspeccionados por la Autoridad Marítima, para verificar su procedencia y las medidas de seguridad y otros papeles legales. Allí existía una estación de telefonía de la Fach que atendía a particulares, lo cual les permitió comunicarse con sus familiares en Quinchao, que estaban muy preocupados. Aprovecharon para rellenar víveres y aguada. Consultaron con indígenas del lugar si tenían conocimiento de la historia del oro. Los más viejos contaron que la habían escuchado de sus padres, pero nada concreto, les recomendaron continuar navegando más hacia el sur y que adoptaran precauciones con el frío y malos tiempos.

Continuaron navegando sólo de noche porque el mal tiempo prácticamente impedían avanzar y deseaban ahorrar combustible que había disminuido considerablemente. Necesitaban desesperadamente contar con comida caliente, frecuentemente debieron fondear en pequeñas ensenadas como les enseñaron los indios en Puerto Edén, para encender fogatas, para preparar alimentos calientes. Jaime contrajo un resfrío, que le había durando más de una semana y seguía muy decaído. 
Por su parte Belarmino, recibió un corte en su brazo derecho que no sanaba con los cuidados y medicamentos que llevaban consigo. En casos como estos en Puerto Edén, les habían recomendado  ir hasta el Faro Fairway, a solicitar ayuda.
Fairway es otro faro habitado. Aquí  reside un farero con su familia por espacio de un año, extensible a dos. Nuestros aventureros arribaron con muchas dificultades al lugar, que es un islote ubicado en el medio del canal Smyth, casi a la entrada del Canal de Magallanes. Jaime debió guardar cama por tres días y Belarmino recibió instrucciones por radio desde Punta Arenas para curar su herida.   
Permanecieron una semana en las dependencias del farero y con sincera pena abandonaron ese aislado lugar, por donde circulan los buques mayores que se dirigen o vienen desde el Océano Atlántico hacia nuestros puertos.

Ya se encontraban en el Estrecho de Magallanes ¿y ahora qué?, se preguntaron los aventureros. Sin pensar mucho decidieron continuar navegando en dirección sur, que. era la única pista que poseían. Antes de cruzar el Estrecho de Magallanes, que es bastante amplio en este punto donde se encontraban, debieron pasar y fondear en la isla Tamar, y esperar que mejorara el  tiempo atmosférico, ya que este sector es uno de los peores sitios del mundo, famoso por tormentas y malos tiempos. Llovió y a ratos nevó durante dos días.  No era posible encender fuego, los viajeros estaban ateridos. Pero no hay tormentas eternas y salió el sol, el mar se alisó y pudieron salir a navegar. Cruzaron el estrecho, y justo al tocar la costa sur, encontraron a un lobero que estaba faenando una foca y los invitó a comer. Los chilotes no estaban acostumbrados a ese alimento, pero era tal la necesidad de comer algo caliente, que aceptaron gustosos. El lobero hablaba un dialecto que en parte incluía frases en castellano, lo que les permitió comunicarse.
Le preguntaron al lobero – que dijo llamarse “Oki”- si conocía la historia de la isla donde se encontraban las pepitas de oro. Meneó su cabeza y luego dijo haber escuchado algo al respecto. Sabía que muchos loberos y pescadores indios la estuvieron buscando, pero sin éxito. De inmediato Jaime le preguntó ¿Y dónde queda o cómo se puede llegar a ella?  Oki lo miró como esa cara inexpresiva que podría significar muchas cosas, por lo que no intentaremos definirla y expresó: Hacia allá. su brazo extendido mostraba en dirección sur.¡!AH¡¡ dijeron al unísono los chilotes eso ya lo sabíamos. Pero era algo, era la pista más concreta que poseían. Se miraron felices, como en un día de Pascua.

Se despidieron de su amigo Oki y navegaron buscando un canal para seguir rumbo sur.
Cuentan viejos conocidos de los aventureros, que éstos navegaron durante meses por canales desconocidos e inhóspitos.
Sus sufrimientos fueron inerrables. En oportunidades se encontraron con pescadores que buscaban centollas y que por amistad les proporcionaron alimentos como el té, café, harina y una botella de licor.
Un domingo por la mañana se encontraron con un buque pequeño que transportaba como pasajero a un Cura Salesiano, el cual atendía espiritualmente a los indios onas, en algunos lugares, donde, eventualmente,  se reunían. El sacerdote resultó ser un experto en la zona, conocía su historia, mitos y leyendas. Hablaba con propiedad de los naturales, los definía como una “civilización” casi en extinción, pero que en ese momento estaba viva y palpitante.
El sacerdote al enterarse de la empresa en que se encontraban, nuestros tripulantes les confidenció, que la famosa isla,[4] se encontraba a unas cuantas millas mas al suroeste, deben navegar por el Canal Beagle hacia el poniente. Les deseo mucha suerte, antes muchos otros han fracasado.
Los chilotes se dirigieron hacia la isla del tesoro. Arribaron dos días después. Encontraron muchas demostraciones de personas que habían estado antes que ellos, incluso existían rucas de loberos en las inmediaciones. Primero decidieron descansar, estaban exhaustos y demasiado ansiosos para iniciar la búsqueda del codiciado metal. A la mañana siguiente, luego de asegurar la embarcación se internaron en la isla.
La caminata fue extensa y cansadora, pero se dieron cuenta que apenas habían abandonado la periferia.  Como se dijo, es muy difícil avanzar en los turbales de coirón.
Después de varios intentos, encontraron el famoso río, que en su momento entregó las pepitas de marras. Lo registraron cuidadosamente, encontrando Jaime, sólo un par ejemplares, que en valor no compensaban los sacrificios entregados. Pero estaban satisfechos, habían cumplido con lo que se propusieron. Nuevamente zarparon ahora con rumbo norte, se dirigieron a Punta Arenas. El regreso les tomó casi dos meses porque equivocaron la ruta de regreso. Allí Belarmino vendió su embarcación a unos colegas “chumangos” y Jaime se enamoró perdidamente de una belleza local y decidió casarse y quedarse en ese bello puerto austral.


[1]  Marisa, es una embarcación de pesca, de unos cuarentas pies de largo, con un motor a bencina,  
que puede desarrollar unos quince nudos con poca marejada. Posee un estanque de quinientos litros.

[2] Se llaman “loberos” a unos personajes que se dedican preferentemente a la cacería de lobos para aprovechar el aceite y las pieles de de estos animales.  Utilizan también la pesca, sólo para obtener comida.  Se encuentran, con frecuencia, al sur del Golfo de Penas.
[3]  El Faro Raper es una antigua construcción que alberga a un par de personas de la Armada, que son las encargadas  de mantener funcionando al faro, que es muy importante como ayuda a la navegación , y además informa a los buques que navegan en el área, de las condiciones existentes en el Golfo de Penas.

[4] La isla realmente existe, se llama “Lennox” y efectivamente ha sido intensa y extensamente investigada por buscadores de oro, de todos los pelajes. Conforma el trío de islas que en su momento Argentina pretendió disputar a Chile. Estas: Picton, Lennox y Nueva.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario