martes, 11 de diciembre de 2012

ALEXANDER VASS/ CARLOS BENEDICTO CERDÀ



Emily se apresta a enviar un correo electrónico, quizás el último, ha perdido la esperanza de obtener resultados en una búsqueda plagada de aflicción. Desde su adolescencia batalló por encontrar el lugar exacto donde estaban sepultados los restos de su padre.

Alexander Vass trabajaba para la empresa naviera Ropner Shipping Company, y, a pesar de sufrir una tuberculosis que lo extinguía día tras día, continuó su tarea a cargo de las calderas de la motonave “Wearpool”, no podía dejar de sustentar a su familia que lo esperaba en Escocia.

Emily, recordó el último mensaje que ella y sus hermanas recibieran de su padre: “Pórtense bien con su mamá, yo nunca regresaré”. Revolvió unos papeles y miró una vez más las fotografías que mantenía consigo, y, que alguna vez la empresa naviera le entregara a su madre. Nunca estuvo en ese lugar, pero imaginó la escena en el cementerio, en el límite mismo del desierto de Atacama, uno de los más áridos del mundo. Todos eran hombres -según lo exigían los usos y costumbres de aquella época-, algunos jóvenes, otros, más viejos. Vestían con formalidad, exceptuando el panteonero que lucía pantalón y camisa deportiva. El pastor protestante, de espalda a las sepulturas, leía la Biblia y los asistentes lo seguían atentos y afligidos. La expresión, “El otro soy yo”, simbolizada en aquel ataúd envuelto en la bandera del Reino Unido, no podía ser más fidedigna; Alexander Vass, un héroe desconocido del trabajo, engrasador de las calderas de la motonave, actor principal en esa última jornada, había trabajado hasta la muerte. Mientras tanto, los nichos vacantes, pasivos espectadores, esperaban ansiosos no sólo al occiso, también a todos aquellos que vendrían después de él. Emily, enfrentó nuevamente el ordenador, enjugó una lágrima y presionó la tecla “enviar”.

Días después y antes que lo imaginara recibía un mensaje de Nancy, una escritora chilena que había decidido intervenir en este insólito caso. Su primera hipótesis era que las fotografías correspondían a un cementerio más al norte del puerto de Antofagasta. Luego de un mes, Nancy confirma a Emily, que los restos mortales del marino Alexander Vass han sido ubicados en Tocopilla, a 188 kilómetros al norte de la ciudad de Antofagasta. El nombre grabado en la lápida, desgastado por el paso del tiempo y el ambiente salino del lugar, rotula: Alexander Wass y no Alexander Vass tal corresponde.

En 20 de octubre de 2012 un automóvil japonés blanco estaciona en la parte alta de Tocopilla. De inmediato un hombre ataviado por ropa arrugada, en manifiesto estado de ebriedad, corre tal aparecido en medio de un espejismo hacia el vehículo; se presenta frente a los recién llegados como el cuidador oficial del estacionamiento, sin embargo, el único otro ser viviente en esa zona está a cincuenta metros, en un kiosko, vendiendo flores plásticas a los  que llegan al camposanto. El sol es abrasador y la saliva se hace lija.
 
Los hombres calzan zapatillas, bermudas y poleras. Sin comentarios ingresan a través de una puerta desteñida y llena de huellas de fracturas de sismos pasados.  Confusos miran a su alrededor un panorama desigual. Un joven surge de manera fantasmal entre un centenar de nichos y tumbas. Al reconocer a los dos forasteros como turistas, les pregunta si los puede ayudar. El hombre más bajo le presenta unas fotografías y el joven reacciona de inmediato. “Eso es a la entrada”, dice con seguridad, “síganme”. La pesquisa continúa y tras caminar unos minutos se detiene como rastreando algo indefinido.  De súbito, el otro forastero, apunta hacia la segunda fila de nichos que tienen enfrente. Ahí se observa el símbolo de una cruz inclinada, más abajo: “Alexander Wass Q.E.P.D. El 30 de Oct. 1952 V.C.B.”. De inmediato, el extranjero, avanza y coloca al borde de la lápida las insignias de Ropner y un ramo de rosas rojas de plástico. Luego, los dos hombres, al unísono, llevan su mano derecha al pecho y permanecen en silencio. Han transcurrido 60 años desde que sus compañeros dejaran a Alexander entre el desierto y el mar y, que personas relacionadas con su antigua firma volvieran a rendirle un homenaje.

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